“¿Dónde vas, chiquilla?”, resonó la voz cascada y triste de la
anciana.
Sentada detrás de la ventana contemplaba a la pequeña intrusa que,
poco a poco, se colaba en el jardín.
La niña la miró con ojos grandes,
redondos como platos, y comprobó que detrás de aquellos labios había un manojo
de ternura y miedo a no verla más.
Se acercó tímidamente y entonces ambas
quedaron prendadas la una de la otra. María cada tarde llenaba el vacío de
aquella mujer solitaria. Juntas completaban un cuadro magnífico. La alegría
traspasó las cortinas y se instaló en la casa para siempre.
“En el parque”
Manuel era un hombre locuaz. Tenía setenta años y unos ojos expresivos.
Cada mañana se sentaba en el mismo banco del parque y daba de comer a los gorriones. En pocos segundos, una nube de graciosos pajarillos revoloteaba a su alrededor en busca de las migas.
Allí también se encontraba con
Julián. La conversación y los silencios lo llenaban todo. Cuánta nostalgia, cuánta
soledad compartían. Al mediodía se encaminaban hasta el bar para tomar unos
vinos y unas tapas.
Pero, desde el martes pasado, en
el banco ya no está Manuel, ni los gorriones. Solo un taciturno Julián.
"La cima"
Enredado en una maraña de hierbajos, sendero
arriba, sin aliento, llegó Marcial a la cima.
La tarde caía perezosa como un
día de verano.
Se había cumplido uno de sus sueños: contemplar desde lo alto el
horizonte de su vida. En silencio, cerró los ojos, respiró el aire lleno de
todos los matices de la montaña y se quedó dormido. Y soñó. Sueños del
presente, recuerdos del pasado.
Regresaron sus miedos y, convertido en un ser
poderoso, los abatió. Salió vencedor y lanzó un grito liberador que se extendió
por todas partes. Recogió su mochila vacía e inició el regreso.
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