lunes, 7 de enero de 2013


“La aguja de ganchillo”

Un sueño de la semana pasada me dejó inquieta. En él subía al desván y buscaba aquella aguja de ganchillo que la abuela había regalado a mi madre y ésta, a su vez, a mí.
Nunca sentí gran afición por el ganchillo, pero siempre estuve rodeada por todo tipo de encajes, puntillas y tapetes tejidos con mucha paciencia cada tarde.
En mi sueño, retrocedía en el tiempo y revivía recuerdos de aquellas anécdotas que me contaba mamá, la sala donde la abuela y todas mis tías se reunían  para coser y bordar, jornadas alegres, cálidas en verano con la jarra de limonada o con el chocolate calentito en el invierno.

Me vi metida en ese ambiente como una más, al lado de mamá. La contemplaba con admiración, me cautivaban sus dedos ágiles sujetando la aguja de acero brillante. El gancho que atrapaba con maestría aquel hilo blanco y sedoso para luego trenzar un precioso encaje que crecía minuto a minuto. Era mágico y sorprendente.
De pronto, dejó de coser y me miró. Rebuscó en su costurero y sacó un pequeño ovillo beige.

Justo cuando mi madre me ponía la aguja en los dedos y comenzaba a enseñarme a usarla, me desperté. No quería salir de aquel escenario cálido y sereno, el tacto de sus manos otra vez...
Sentí el fuerte impulso de buscar aquella aguja. Por fin, después de casi una hora revolviendo por todas partes, la encontré. Estaba envuelta en un trozo de raso azul dentro de una caja de cartón decorada con pequeños ramos de flores.

Fría y brillante con su pico de águila. Estuve un rato contemplándola. Conservaba la huella de los dedos porque, allí justo donde la sujetada, el brillo se había desvanecido y dejaba un rastro gris mate. Apenas se distinguía el número 9.
 
Tantas horas enlazando cadenetas, trenzando ilusiones. No, no era una simple aguja con la que hacer crochet, llevaba impregnada la huella de mi madre que transformaba con una maravillosa habilidad el hilo en tapetes de ensueño o en aquella colcha soberbia tejida con rosetones, que yo conservaba con mimo porque el tiempo la había deteriorado.

Tenerla entre mis dedos era como volver a sentir a mamá de nuevo a mi lado, enseñándome con su paciencia infinita. Rebusqué en la caja y encontré un ovillo intacto.  Me puse manos a la obra.

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